Ilustradora : Paula Sifora
Por : María López Torres periodista y sexóloga
Los protocolos de atención integral a mujeres que han pasado por una situación de violencia de género deben contemplar las consecuencias que producen los hechos violentos y darles la mejor solución o tratamiento posible. Muchas de las secuelas afectan seriamente a la sexualidad de las mujeres y, sin embargo, no se proporciona un acompañamiento o asesoramiento para un aspecto tan importante de la vida de las personas como es este.
La violencia de género es un fenómeno que, aún hoy en día, sigue afectando a muchas personas en todo el mundo. Sus víctimas experimentan todo tipo de consecuencias dolorosas, tanto a nivel físico como psicológico, siendo la más extrema el asesinato. Según la OMS, “el 35% de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, o violencia sexual perpetrada por una persona distinta a su pareja”.
Las mujeres que consiguen sobrevivir y salir del círculo de violencia deben convivir con las secuelas del hecho traumático. Muchas reciben ayuda para poder dejar atrás el daño que se les ha causado y así poder superarlo. Este acompañamiento se proporciona por los gobiernos y diferentes organizaciones mediante distintos protocolos de atención integral a mujeres víctimas de violencia de género.
Dichos protocolos pretenden cubrir todas las necesidades de estas mujeres provocadas por la violencia de género. Así pues, a medida que se han ido detectando dichas necesidades y vulnerabilidades, los esfuerzos han quedado mayormente dirigidos al apoyo psicológico, jurídico y social. Cuanto menos, es fundamental atender y cubrir las necesidades generadas en estos tres ámbitos, pero podría existir un descuido en un aspecto muy importante para la vida de las víctimas: la sexualidad.
No se puede olvidar que la violencia de género nace a raíz de una diferenciación, precisamente, en el género de las personas. Existen unos roles de género masculinos y femeninos que provocan y dan pie a una imposición de un género sobre otro, desarrollándose finalmente como violencia de género, o violencia machista para ser más específicos. Así pues, dado que esta violencia se produce en un contexto sexuado, la sexología, como ciencia que estudia los sexos, cobra gran importancia en el proceso de prevención, estudio y, en este caso concretamente, acompañamiento a las víctimas. Y es que, existen ciertas necesidades afectivas, sexuales y socio-relacionales surgidas o enfatizadas por la violencia de género que no se ven atendidas por los servicios ofrecidos actualmente.
Violencia Machista
Las mujeres que han pasado por una situación de violencia han tendido a sentir miedo por el qué dirán, a autoculpabilizarse por “escoger” la vida que tienen, creer que deben aguantar los golpes, vejaciones y maltrato en general por su matrimonio o sus hijos o hijas, o incluso, a tener pena del futuro de su agresor si denuncia. Todos estos factores ayudan a mantener un silencio ante el maltrato que desde las instituciones se incita a romper. Sin embargo, es necesario para ello que las mujeres tengan una serie de garantías y ayudas que les hagan confiar en que la denuncia y la superación de la violencia de género es el mejor camino.
De esta manera, es esencial que las víctimas se vean respaldadas en todos los aspectos, incluyendo la sexualidad. En este sentido, el plano erótico y la satisfacción sexual serían temas a tratar, pero no los únicos ni los más urgentes. Obviamente, estos aspectos se ven afectados tras la violencia de género (más incluso cuando existe violencia sexual) ya que es habitual que las mujeres que han pasado por una situación semejante se muestren reacias a mantener relaciones íntimas y eróticas pese a poder desearlo. Esto se debe a que el miedo y los recuerdos dolorosos pueden incapacitar o limitar a que las mujeres puedan mirar sus cuerpos y las interacciones íntimas como fuente de placer y disfrute erótico.
Pero las consecuencias en la sexualidad tras la violencia de género van más allá. Se deben tratar problemas asociados con la distorsión de la imagen del propio cuerpo y de la propia persona, la autoestima, la intimidad, la aceptación de una misma, el amor propio, las relaciones afectivas, etc. Esta última es quizás una de las consecuencias más comunes y dañinas para la víctima puesto que limita su entorno y provoca una espiral de miedo, rencor y rechazo hacia el género masculino.
Es común que la violencia de género inicie en una mujer una repulsión hacia los hombres debido a que uno de ellos fue quien la minimizó, humilló y maltrató. Los testimonios de mujeres que han sido maltratadas suelen coincidir en la desconfianza hacia personas de género masculino y, por tanto, dejan de tener amistades y rechazan cualquier tipo de acercamiento con hombres, evitando así repetir un momento traumático para ellas.
Muchas, incluso, se plantean su orientación sexual y valoran la posibilidad de mantener relaciones afectivas, íntimas y eróticas con otras mujeres para evitar interacción alguna con el género masculino. Otras dicen que prefieren quedarse solas por el resto de sus vidas a volver a mantener una relación con un hombre. En algunos casos, llegan a temer figuras masculinas de su entorno familiar a los que anteriormente no temían. Querer evitar repetir una situación de violencia puede llevar a muchas mujeres a alejarse, condenar o, incluso, odiar a todos los hombres.
Por ello, es realmente importante realizar un acompañamiento sexológico a las víctimas que les ayude a deconstruir la masculinidad y reconocer los factores tóxicos de los roles masculinos. De esta manera, podrían aprender a relacionarse de forma sana y segura con el género masculino, evitando, por otra parte, un nuevo ciclo de violencia en futuras relaciones.
La violencia de género no solo afecta a mujeres que la sufren, sino que también repercute al entorno cercano (familiares y amigos/as) y, finalmente, a toda la sociedad. Mientras mujeres y hombres siguen repitiendo el mismo patron de estereotipos y relaciones sociales tóxicas y machistas, la sociedad sigue envuelta en una dinámica de dominancia masculina y sumisión femenina. Este sistema de poderes y violencia que se ejerce directamente sobre algunas mujeres, tiene “efecto colaterales” que afectan a todas las mujeres en aspectos cotidianos de sus vidas y así lo reflejó la propuesta de intervención integral en el ámbito local contra la violencia sobre la mujer del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad de España en 2012: “miedo a salir solas por la noche, a pasar por determinados sitios, a qué puede ocurrir si sus ropas son considerdas `provocativas´…”
“ La violencia de género repercute en todo el entorno de la mujer “ imagen de Carmel Louize
Si se revisan algunos de los protocolos para atención integral a víctimas de violencia de género, es fácil detectar, como se ha dicho anteriormente, que no se proporcionan medios para la atención y acompañamiento de la sexualidad de estas mujeres. Sin embargo, en muchas propuestas de protocolos se identifican las consecuencias a la sexualidad provocadas por la violencia de género, sin llegar nunca a proponer una solución para ellas.
Por ejemplo, la Guía de autoayuda para mujeres víctimas de Violencia Sexual habla de que las consecuencias físicas de este tipo de violencia son la muerte, lesiones, embarazos, enfermedades de transmisión sexual, VIH, trastornos menstruales, disfunciones sexuales como dispareunia, dolor pélvico, ausencia o disminución del deseo, aversión al sexo, cefaleas, dolores musculares, dolores de espalda, etc. Si bien hace falta un equipo multidisciplinar para tratar todo los anteriormente nombrado, empezando por profesionales de la medicina y la psicología, es esencial que se disponga de profesionales de la sexología.
Esta conclusión no solo se obtiene a partir de las consecuencias físicas de la violencia de género, sino que también se podría llega a la misma analizando las psicológicas. El estudio La atención primaria frente a la violencia de género de la Fundación Casanova, dice que las secuelas pueden ser: “trastorno por estrés postraumático, depresión, ansiedad, intención de suicidio, comportamiento antisocial, baja autoestima, incapacidad para confiar en los demás, miedo a la intimidad, desapego emocional, rememoraciones del hecho traumático (flashbacks), brote psicótico, trastornos obsesivo-compulsivos o alteraciones del sueño”. Una vez más, sin dejar de lado una necesaria terapia psicológica, el asesoramiento sexológico se manifiesta como imprescindible.
Muchas de las consecuencias psicológicas tienen que ver con cómo las mujeres “se viven”, “se sienten” y se “expresa”, en definitiva, tienen que ver con el hecho sexual humano. Después de las vivencias traumáticas por las que las víctimas de violencia de género han tenido que pasar, es importante que estas mujeres aprendan de nuevo a (re)conocerse, a aceptarse en las nuevas situaciones y expresarse de forma satisfactoria, abriendo nuevas oportunidades al disfrute personal y relacional. La autoestima y el amor propio, por ende, son claves para que sean capaces de retomar una vida plena en todos los ámbitos, incluida la sexual y erótica. Ángela Sánchez Herrera comenta en la Guía de autoayuda para mujeres víctimas de Violencia Sexual antes mencionada, que muchas sufren desconfianza en ellas mismas, indefensión aprendida, culpabilidad, miedo a no ser creídas, ansiedad y disociación a partir de los hechos violentos vividos. Todo ello, sin duda, debería ser correctamente abordado por un o una profesional de la sexología que acompañe desde la perspectiva de género a las víctimas de violencia.
Por otro lado, entrando en el terreno de la erótica, los miedos, inseguridades y desconfianza son factores que definitivamente influyen a la hora de tener acercamientos o momentos íntimos y eróticos, tanto a solas como en compañía. Es habitual que mujeres que han sufrido violencia de género se vean sobrepasadas en el ámbito de la sexualidad, tal y como reflejan algunos relatos del estudio Mujeres víctimas de violencia de género en el mundo rural: “con expresión de asco X todavía muestra la sensación de repulsa que tiene al pensar en el sexo: «No puedo, no puedo…», «El sexo ha sido un trauma para mí»” “no quiero tener más hombres en mi vida, no me hacen falta. Ellos piensan que las mujeres estamos para hacer lo que ellos quieren y yo quiero hacer lo que yo quiero”, “a veces pienso, ¿qué haces tú sola?… hoy por hoy estoy muy bien sola… yo no tengo necesidad ninguna de estar con nadie…”, “yo soy una mujer libre, pero con mucho miedo”, “me va a costar mucho volver a confiar en un hombre”.
A pesar de que estos comentarios se manifiestan con cierta asiduidad en relatos de violencia de género, los profesionales que las atienden ni las propias víctimas han sabido detectar la necesidad del asesoramiento sexológico en el proceso de la recuperación integral, probablemente debido a la vergüenza o incomodidad que aún hoy en día se siente al hablar de relaciones eróticas. El tratamiento o asesoramiento sexológico no se toma como necesario o común actualmente. Si lo comparamos con los servicios psicológicos hace unos años, cuando la gente pensaba que visitar una consulta implicaba estar “loco/a” y tener problemas mentales, hay una similitud a los servicios sexológicos de hoy en día. El “yo no estoy loco/a, no necesito un psicólogo/a” es una especie de “yo funciono bien en la cama, no necesito un sexólogo/a”. El secretismo entorno al sexo y la presión social hacen que las personas no resuelvan las dudas de un tema tabú como la sexualidad y, por tanto, generen preocupaciones que influyen en su desarrollo y funcionamiento sexual. Por ello, sería lógico, una vez más, que la atención integral contara con profesionales de la sexología.
Es muy importante recalcar que, aunque en este caso, la psicología y la sexología están muy vinculadas, una no puede sustituir a la otra en cuanto a recuperación integral se refiere. Por el contrario, son disciplinas que deben trabajar en colaboración y armonía para ayudar a la mujer en su proceso de rehabilitación. Así, solo desde la multidisciplinariedad se logrará el empoderamiento y la rehabilitación integral total, reparando las consecuencias de la violencia en la salud mental y la sexualidad de las mujeres para que se vivan, al fin, con seguridad, tranquilidad y confianza.
Finalmente, hay que decir que una recuperación integral de la mujer que ha sido violentada pasa por la toma de conciencia de sus derechos y los condicionamientos estereotípicos que padece por el mismo hecho de ser mujer y que no deberían de existir. Por estos motivos y muchos más, debería implementarse un programa sexológico dentro de la recuperación integral de las víctimas de violencia de género que ayude a superar situaciones, resolver dudas y problemas y desahogar o despejar diferentes inquietudes que pueden hacer estas mujeres vivan su sexualidad de manera insatisfactoria
A pesar de que la atención integral no contemple la atención, reeducación y prestación de apoyos a la sexualidad de las mujeres que han vivido situaciones de violencia de género
La reconciliación con el género masculino, el análisis de las masculinidades tóxicas y el descubrimiento de las sanas, el empoderamiento, la independencia, la autovaloración y muchas aportaciones más son las que obligan a la sexología a imponerse como necesaria en la atención integral a mujeres que han sufrido la violencia de género en primera persona.
Es importante recalcar que la violencia de género no solo se provoca físicamente, sino que existen además la violencia psicológica, sexual, social, económica, vicaria, patrimonial, administrativa y/o institucional, etc. A pesar de todas las formas diferentes que utilizan los maltratadores para hacer daño a sus víctimas, la que siempre esta presente y tiene efectos más nocivos difíciles de tratar es la psicológica, precisamente, la violencia más problemática para detectar.
Por otro lado, hay que recordad que no existe un perfil de maltratador ni de víctima, aunque hay mujeres consideradas, por diferentes motivos, especialmente vulnerables a la violencia de género como podrían ser las que tienen algún tipo de discapacidad o diversidad funcional, las que residen en el ámbito rural, las inmigrantes o las mujeres trans.
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